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El insomnio de Wendy

Wendy me llamó anoche, de madrugada. Me dijo que no podía dormir, que había algo que le rondaba la cabeza y no era capaz de quitárselo de encima. Era una duda, le había surgido hacía algunos días pero no conseguía dominarla. Es como esas veces en que piensas en la muerte y te asustas. Luego dejas de darle vueltas porque no es algo que puedas controlar y no se puede vivir con eso, con esa angustia.


Me contó entre lágrimas que no lograba superar su ruptura con Alberto. En realidad no echaba de menos sus besos o sus abrazos. De hecho, ella misma había rechazado las postreras proposiciones que Alberto le rogara para tener algún encuentro amistoso. De hecho, fue ella quien dio pie al fin de la relación. El dilema que la desvelaba cada noche era más bien la causa que la llevó a tomar aquella decisión unilateral.


Porque: ¿Qué pasa si, pese a nuestros esfuerzos, la pasión se acaba un buen día? O lo que es peor: ¿Y si, de manera periódica, es algo que ocurre invariablemente? Hay quien dice que, con el tiempo, aparecen otra serie de cualidades también primordiales como el respeto, el cariño o la compañía. "Yo eso lo entiendo" me confesaba Wendy. "Pero lo que yo quiero es lo otro, y lo quiero para siempre".


Debí decirle que todo se iba a arreglar, que ahí fuera había alguien que podría darle todo lo que ella necesitaba, que volvería a enamorarse otra vez… Debí, y no lo hice. No pude mentir y no por ella sino por mí. Ya hacía un tiempo que mi relación había derivado hacia esas otras cualidades. No sabes cómo ni cuando pasa, pero pasa. Quizás sea el miedo a estar solos lo que nos haga mantenernos en el mismo sitio en lugar de arriesgarnos más allá, quizá…


Wendy me pidió perdón por llamar a deshora y me dio las gracias por escucharla. Yo le respondí que no tenía importancia y que, si quería, podíamos quedar para tomar un café un día de estos. "Sí, un día de estos" y me colgó. Yo permanecí quieto por un instante, en silencio, en medio de la oscuridad de la habitación. Descolgué de nuevo el auricular y puse mano sobre la botonera, no pulsé ningún número, sólo escuché ese pitido constante y solitario.


- Cariño, ¿quién era?


- Sólo una confusión – contesté soltando de nuevo el aparato -, Ana tenemos que hablar –añadí.


- ¿Ahora? ¿De qué? Son casi las cinco y mañana trabajamos –


- Lo sé, pero tenemos que hablar.




Alejandro Sanz Grados.
Músico, escritor y con un bajo nuevo muy "pro"