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ALBALÁ NOS ACONGOJA por J. R. Alonso de la Torre

Albalá nos ha sorprendido a todos. De pronto, sin ni tan siquiera barruntarlo, el sábado nos hemos desayunado con la posibilidad de que a la puerta de casa nos coloquen un cementerio nuclear. El alcalde, que es médico y no vive en el pueblo, se ha opuesto al tiempo que nos metía más miedo en el cuerpo: «No quiero ser el responsable de que en un futuro haya malformaciones congénitas, haya muertes». Pero a los albalenses parece que el cementerio nuclear no les infunde ni tan siquiera respeto. Están un poco mosqueados por haberse enterado de la noticia en el Telediario, pero no protestan exageradamente y, desde luego, no les importa demasiado que los ecologistas o los pueblos vecinos se indignen. Al fin y al cabo, llevan mucho tiempo pasando de que en los pueblos cercanos se refieran a ellos con el gentilicio de paletos, no olvidan que se apellidaron Del Caudillo hasta 2001 y no se traumatizaron, soportaron durante años las críticas por sus corridas de gallos carnavaleras, con degollamiento incluido, y han resistido la radioactividad de sus minas sin mayores contratiempos. En Albalá son recios desde antiguo: entre la Edad Media y el siglo XIX, los albalenses vivieron en casas sin chimeneas y, a pesar del humo y la insalubridad, la única enfermedad seria, según el Interrogatorio de Floridablanca, fueron las fiebres de estío. Con estos precedentes, se entiende que Albalá pida el cementerio como quien pide una fuente luminosa con peces. Ellos no temen a nada ni a nadie, pero quienes vivimos cerca estamos acongojados desde el viernes.