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Día del orgullo agnóstico (por Florian Recio)

Será porque llegó la primavera casi a traición y aún no les dio tiempo a enterarse, pero por el patio de mi casa no se ven hormigas acarreando el mundo en una procesión sin banda ni cofrades. Sólo he visto una, solitaria y casi meditabunda, merodeando alrededor de una vieja pinza de la ropa. Y verla sola y única es lo que me mosquea. Acaso sólo busque comida para la tribu. Es posible. Pero también pudiera ser una hormiga sin papeles, o una heterodoxa expulsada del hormiguero. Por qué no.
Tanta imaginación hay que echarle a una hormiga heterodoxa como a pensar que un humano cargado de achaques es el representante de Dios en la Tierra. Seguramente ellas imaginen a Dios como una hormiga todopoderosa que las hizo a su imagen y semejanza. Y hasta puede que tengan una religión como Dios manda, con pocas preguntas y muchas respuestas fosilizadas. Si es así, pobre de mi hormiga solitaria. Porque a lo mejor resulta que el mundo no está dividido en hormigas ricas y pobres como creía Marx sino en hormigas que se aterran ante preguntas sin respuestas y en hormigas que no aceptan espejismos por respuestas.
Rober M. Pirsig escribió en El Zen y el arte del mantenimiento de motocicletas que cuando una hormiga sufre espejismos se denomina locura, pero cuando muchas hormigas sufren espejismos, lo llamamos religión. El caso es que me sorprende que en un siglo tan dado a las reivindicaciones no haya cuajado la idea de un día del orgullo agnóstico. Frente a tantas fiestas de la fe, ni un sólo día para la duda. Un día para salir a la calle como una hormiga solitaria, cargado de dudas hasta las trancas, infectado de interrogantes hasta las amígdalas, pero con la valentía de admitir que el mundo no acaba donde acaba el hormiguero.
Florian Recio